Pila Gonzalez Blog

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Perdido hasta de mí mismo

Perdido hasta de mi mismo,

aterricé en un país sin fronteras

como lo podría haber hecho

en cualquier sitio

que no lleve por nombre Chivilcoy.

 

La ciudad donde elegí nacer

se me cerraba en la garganta

y condenaba a perpetua

mis sueños más valientes.

 

Por eso tomé el primer vuelo que partió

de sus plazas cada ocho cuadras

en sus calles paralelamente perfectas.

 

Quise surcar diagonales,

brindar en pasadizos secretos,

rezarles a las damas de ocasión su Santo Sudor.

Besarlas en sus más sinceros sentimientos.

 

Me dejé llevar por las historias

que ocurrían por primera vez

siendo yo el personaje principal

de esta trama vagabunda.

 

No pedí nada a cambio.

Sólo quise recuperar

mi sonrisa más alegre,

mi buen humor predecible.

Mis ganas locas de saltar las tranqueras.

 

Me enamoré.

No una, sino varias veces.

 

Algunas me dejaron tirado,

moribundo,

al borde del camino

más allá de la agonía.

 

Otras supieron alejarse

con el tiempo suficiente

que les permitía su cultura. 

 

Sólo una me quiso de verdad.

O dos. O tres. O todas.

Cada una a su modo,

a su conveniencia.

 

Cargué varias mochilas al hombro

pesadas como montañas.

Pero siempre viajé ligero,

con el horizonte como brújula.

 

Y un día, al final, volví.

Quería reconquistar el tiempo perdido,

 

Pero descubrí,

que no se puede ir

y pretender regresar

al mismo sitio que se dejó

ya que no solo cambia el lugar,

también se transforma uno.

 

Porque todo es una continúa permutación,

un abandono misterioso,

un soltar y avanzar

otra vez,

por esas calles perfectas,

por esas plazas de cuadras contadas

y atardeceres en llamas,

lagunas artificiales secas de olvidos,

barrio de infancia feliz

 y adolescencia de heridas,

verde hasta donde alcance la vista,

caminos que no te llevan a ninguna parte

pero que siempre te dejan

más cerca de uno mismo.