Sentirla cerca
a pesar de las distancias geográficas
que nos separan
es el mayor alivio que experimento.
Y eso que en estas épocas
de olvidos precoces
nadie sale ileso.
A pesar de todo,
seguimos en contacto.
Hablando casi todos los días.
Un “buenas tardes”,
un “¿cómo estás?”
son frases que parecen minúsculas
pero que son muy acertadas
y que caen
en el momento justo del día:
cuando más lo necesito.
A veces pienso
que nuestra separación
debió tener otros matices.
Una escala mayor de reproches,
guerras de egos
y orgullos más elevados.
Pero no.
No hubo nada de eso.
Ni gritos,
ni patadas lanzadas al aire,
ni caprichos exagerados.
Algunos llantos normales y pasajeros
por la culminación
de una relación de ocho años.
Algún reclamo
que se fue difuminando
con el correr de las charlas.
Y nada más.
Sin embargo,
cuando llega la noche
y nuestras suelas
han pisado ciudades distintas,
y nuestros cuerpos
se han acurrucado
en otros cuerpos distintos,
la recuerdo.
La extraño.
La imagino caminando
por los rincones más recónditos
de un raro país.
Sin mí.
Buscando el fantasma de la felicidad.
Enamorándose de ese farolito
que ilumina la esquina
de una callejuela
que no da a ninguna parte.
Queriendo iniciar una nueva etapa.
Un recorrido que no incluye
la palabra “Nosotros”.
La vida avanza
y no se detiene a pensar.
No te da tiempo para procesar,
para reflexionar,
para recordar.
Así y todo,
me resguardo en la tranquilidad
de que siempre fue,
es
y será mi cable a tierra.
Este poema pertenece al libro Ciclotimia, publicado en el año 2019.