Pila Gonzalez Blog

Reflexiones

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Hay Dioses para tirar para arriba

Hay dioses para tirar para arriba, escribió Martín Caparrós en una de sus columnas en el Diario El País de España, y la oración —en el sentido gramatical de la palabra— me quedó resonando en los oídos de mi alma no creyente. Así, sin más, me fui a buscar enGoogle —el Dios de Internet— y descubrí una cifra que me dejó absorto. Sabía que había muchos Dioses dando vueltas por el universo, y que algunos hasta se habían ido jubilando como Zeus, Poseidón o la mismísima Pachamama, pero lo que no me imaginaba era la existencia de una enorme cantidad de deidades. Por poner un ejemplo al azar, sólo en la India se cuentan más de 300 millones de estos seres omnipotentes. Casi todos sus fieles son politeístas, es decir, que creen en más de un Dios y entre ellos son todos amiguitos. Pero ojo que también, el segundo país más habitado del mundo, supo inventar una de las religiones monoteístas más influyentes y cool de los últimos años: el Budismo. Démosle algo de crédito. Ya sé que pueden saltar los ortodoxos de siempre y argumentar en contra del Budismo que es una de las religiones flojitas, de las light, de las que están de moda, de las que es fácil entrar y salir sin ninguna consecuencia, ni terrenal ni mística. Pero, bueno, que se le va a hacer. Creer o reventar. Me parece, tengo la sospecha, de que cuando el ser humano no supo contestarse ciertas preguntas existenciales se creaba una de estas religiones para darle sentido a sus vidas. Así fueron naciendo la mayoría de las que hoy en día siguen en vigencia, como la Iglesia Maradoniana, Los Adoradores de Rambo o los que nadie les abre la puerta cuando tocan el timbre. Por siglos, la mayoría de estás religiones, de las llamadas importantes en occidente, estuvieron marcadas por sentimientos, de los llamados malos en occidente. Miedo, culpa, deseo, lujuria, venganza. Fueron evolucionando, eso sí, no les quedaba otra. Pero, en ese camino al postmodernismo, se olvidaron de lo más significante para seguir con vida: se olvidaron de la gente que los seguía. Y si bien, tuvieron sus periodos evolutivos, estos no fueron lo suficientemente abarcativos a todos y cada uno de sus adeptos. Es que tampoco ayudaron las miradas retrogradas de sus representantes en la tierra de las Big 3, ni los curas pedófilos, ni los hombre-bombas musulmanes, ni la crueldad de los judíos contra los palestinos. Gente grande haciendo cagada, como siempre, y encima metiendo a un Dios de por medio. Cuando se dé cuenta este Dios, si es que alguna vez se entera, de las cosas que están haciendo sus feligreses en la Tierra, van a ver qué castigo les tira. Otra que el diluvio, los latigazos o el exterminio de los cananeos. Ya van a ver. Con la caída del Catolicismo en la bolsa de valores, con el pésimo marketing que se ganó el Musulmán por culpa de sus fundamentalistas, y con la falta de concordancia, de ideas y de la esquizofrenia del Judaísmo, el mundo se va quedando sin fieles. Al menos por estas partes del planeta. Entonces, ¿qué hacemos con todos estos Dioses que pierden a sus empleados? ¿Cómo calmamos sus iras si las personas empiezan a renunciar a sus miedos? ¿Si ya no le temen a sus venganzas? Al final, como será de esperar, la gente se irá distanciando de estos cultos y nos acercaremos de a poco, a paso firme, a un mundo donde las religiones pasaran a ser leyendas populares, como lo fue el cuco, como lo fue el Peronismo, como lo será el infierno. Cabe preguntarse si estaremos preparados para vivir sin la protección de estos más de 300 millones de dioses. Solo el tiempo lo dirá. Yo por las dudas no me asocio a ninguna, no vaya a ser cosa que alguno de los otros 299 millones se me enoje, me castigue y me condene al ostracismo eterno.

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¿Y si esto es un Manual de Estilos?

( ponele los signos de puntuación que quieras y dónde quieras, yo no tengo ganas ) Y bueno. Y a veces me cansan las reglas ortográficas y me da por escribir libre, como se me canta. Y si lo importante, al final, es que tenemos que llegar a los lectores. Y mucho antes de eso es que escribimos para nosotros mismos. Y sí. Y si quiero querer, quiero y porque querer querer es quererse a uno mismo y que se yo. Y puede parecer que no estamos escribiendo bonito y que redundamos y que no usamos correctamente los signos y que repetimos palabras innecesarias y que estamos destruyendo un texto que no se ajusta a los manuales de estilos establecidos. Y no advertimos que estos son cánones comúnmente aceptados que fueron inventados por algunos, hace mucho tiempo atrás, que dispusieron que así se debía escribir y así otro se debía leer y así de esta otra forma interpretar y discernir sobre lo que se lee.  ¿Y si estamos cambiando la forma de escribir y todavía no nos dimos cuenta (o sí)? ¿Y si la gente se cansó de ver los paréntesis bien ubicados y las estructuras bien armaditas? Y yo también. Y me dan ganas de mandar todo a la mierda (ups, dije mierda) y escribir como me sale y sin andar pensando como debería escribir o como dicen algunos que tendría que armar mis textos. Y si quiero putear, puteo cuando escribo (culo, teta, pito), como si los lectores no lo hicieran. Y si está mal esto, entonces vení a escribir vos y listo. Y si no se me antoja poner una "Y" cuando estoy enumerando cosas, sino que quiero seguir con las comas hasta el infinito, lo hago. Y pienso que tiene más sentido, a veces, porque le da más peso al texto. Y se me ocurre que en definitiva, serán los lectores los que le den sentido y los mismos lectores terminarán evaluando la calidad y no los editores ni los manuales de estilos que andan pululando como marihuana por el mundo de la literatura. Y si quiero ponerle veinte adjetivos a ese verbo tan bonito, tan bello, tan elegante, tan poderoso, tan sutil, tan único, tan emblemático y tan verbo al fin, se los pongo. Y no por ello se me caen los anillos. Y por el contrario me siento más relajado y más feliz. Y sí. Y porque hice algo que no se tenía que hacer. ¿Y díganme si no les da placer hacer algo que saben que no deben hacer? Y si quiero escribir "Todes" en lugar de "Todos" para ser más inclusivo, también lo hago, porque me acuerdo que hace no mucho, unos doscientos años atrás, todavía usábamos el "Vosotros". Y mucho más cerca en el tiempo todavía usábamos el "Tu" en lugar del "Vos" (al menos en Argentina). Y si me parece que el "Todes" no va con mi estilo de escritura no lo escribo, pero sí acepto que va con el estilo y la forma de expresarse y de pensar y de sentir y de actuar de los que vienen.  Y vamos que nos vamos y que termino este intento de reflexión con más dudas que certezas y me acurruco en las palabras, mis palabras y mis frases y mis oraciones y mis estilos y mis formas de escribir y me cago en todos los manuales y en todas las reglas y dejo de escribir y vuelvo y puteo y reincido y me enojo y me siento realizado y me como una coma y me doy cuenta de que comer una coma suena gracioso mientras lo leo y me gusta como queda y hasta me imagino que me estoy comiendo una coma y me veo masticándola y de tanto divagar me olvido de separar con puntos un párrafo que se está haciendo eterno (ups un gerundio) y me olvido de que está prohibido empezar una nueva oración con la  letra "Y" y también me olvido que está prohibido poner el adjetivo adelante del verbo y sin embargo me gusta como queda y lo dejo y respiro y te dejo respirar. ¿Y si empezamos a ser más rebeldes con nuestros textos y nos dejamos de prohibir por prohibir? ¿Y si mandamos a la mierda todos los convencionalismos y producimos textos más reales, mas sentidos, más originales, más actuales, más inclusivos, más divertidos, más reflexivos, más provocativos, más de uno que de otros? Y vamos por más.

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Sos raro, Hong Kong

Pucha Hong Kong que sos raro. Con todos tus contrastes. Tus megas construcciones, tus rascacielos sobresalientes. Tus parques pulmones. Tu locura organizada. Tu consumismo frenético. Tu tradición imperante. Tu religión indefinida. Si me preguntaran no sabría cómo definirte, si como un adolescente descarriado, hijo de padres separados, que quiere continuamente llamar la atención, o como un viejo rico que en el pasado le metió los cuernos a su mujer y ahora quiere volver otra vez con ella, pero ésta no lo deja regresar del todo porque todavía está dolida. Y sin embargo te da una nueva oportunidad. Pero sólo porque te convertiste en rico mientras estabas con la otra. Sos raro Hong Kong. Ni para bien ni para mal. Simplemente raro. Mucha humedad hay en tus calles, más de la que un ser humano es capaz de soportar. Al igual que en tus entrañas habitan personas de todas partes del mundo. Sos hospitalario y estás preparado para ello. También sabemos bien de tu egolatría. Con lo poco que te conozco ya me di cuenta de que querés destacarte del resto. No te querés parecer a tu hermanastro rebelde Taiwán, ni a tu primo lejano Singapur. Querés ser mejor que ellos. Te comparás continuamente con Shanghai y Beijing, porque querés volver a ser parte de ese gigante al que un día perteneciste, y a la vez querés ser tú mismo ese gigante. Aunque parezca que lo tenés todo controlado, hay detalles importantes que se te escapan de las manos. Por ejemplo, no te sabes definir todavía, si sos derecho o zurdo, si vas por la vereda del capitalismo que tanto te gusta o por el lado del comunismo que tanto te tienta. Te gusta el dinero pero a la vez no querés perder la tradición y en ese afán de renovación constante te encanta jugar con los sistemas. Pucha que sos raro Hong Kong. Pero sos lindo. Interesante a los ojos. Cautivante de una manera extraña. Será por estos tantos contrastes de lo que hablamos o será que tenés una mística particular. No lo sé. Pero me agarraste. Pensé que no me ibas a gustar, que sólo eras un país de paso, pero me equivoqué. Y vaya si me equivoqué. Sos más que eso. Caro, eso sí, muy caro para un presupuesto de mochilero. Pero apreciable. Y aunque muchas veces los viajeros como nosotros no solemos darte la oportunidad que merecés, estás haciendo todo lo posible para ello.{" "} Porque, decime una cosa, ¿no te cansaste de tantos empresarios y hombres de negocio? ¿De sus Ferraris aparcadas en la puerta de los hoteles de lujo? ¿De los Mercedes y BMW deambulando perdidos por tus calles? ¿De tantos trajes y oficinas? ¿No somos más divertidos nosotros, los viajeros con una mochila en la espalda y muchas ganas de descubrirte de verdad? ¿De caminarte con esperanzas? ¿De sentirte? ¿De apreciarte y de disfrutarte? ¿De retratarte tal cual sos en tu esencia? Somos nosotros los que estamos dispuestos a sacrificarnos por estar contigo, comiendo sólo noodles y hamburguesas de McDonald’s. No estamos obligados a ello y sin embargo lo hacemos y te aceptamos como sos, o como te gustaría ser. …No sé. Pensálo.

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Albania, el país más peligroso de Europa

Hablando por mensajes con un amigo me pregunta si Albania es peligrosa. Yo me pongo a pensar. Analizo mis casi cinco meses viviendo y viajando en ese país. Busco la mejor respuesta que le puedo dar. Y consigo decirle que Albania es uno de los países más peligrosos de Europa. Pero le aclaro que es peligrosa, no porque te vayan a robar en la calle, o te vayan a secuestrar, o te vayan a querer estafar, o te vayan a poner droga en la Coca Cola. No. Nada de eso pasa en Albania. O por lo menos no lo escuché ni lo vi mientras estuve allí. Le digo que es muy peligrosa por un simple motivo:Albania se robó mi corazón.Traté de hacer la denuncia queriendo que me lo devuelvan. Que lo busquen por alguna callejuela perdida. Pero no hubo caso. Una gran parte de mí se quedó en Albania para siempre. Y eso me pone muy contento. Me llena de felicidad y de orgullo. Porque es uno de los países más lindo y amistoso que visité. Porque conozco su historia. Su sufrimiento. Sus ganas de progresar. Sus esfuerzos. Sus caricias.Así que ya saben. No vayan a Albania si no se quieren enamorar de este poco conocido país. Quédense en Francia o en Alemania que tienen una economía más solida y ninguna persona les va a sonreír porque sí en las calles. Quédense con lo que leen en las noticias. Con lo que les dice la prensa. Aléjense.Albania es sólo para atrevidos. Para personas que se dejan estremecer. Personas que piensan menos y sienten más. Personas que lo único que les importa es disfrutar el momento. Pasar un buen rato. Deleitarse a cada segundo. Sentirse querido por los locales. Para personas positivas. Para personas que buscan la felicidad.Quédense en Finlandia, en Inglaterra, en Noruega. Son más seguros. Albania les puede dejar una marca en su alma difícil de borrar.No se arriesguen. Vayan a Rusia. A Suecia. A Holanda. Pero no pasen por Albania.Es muy peligrosa.

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Sorteo en Redes

Antes de seguir leyendo (o de empezar a leer) le tenes que dar me gusta a este texto y seguirme en las 19 redes sociales que tengo. Luego compartirlo 26 veces en Facebook, 32 en Instagram, 43 en Twitter, 57 en Pinterest, 64 en YouTube y otro tanto en LinkedIn. También debes hacer una Storie por día con alguna frase, o captura de pantalla de este concurso. No te olvides de etiquetarme para que sepa lo que estás haciendo y tampoco te olvides de etiquetar a 12 amigos, no, mejor 15, con los que quieras leer este texto. A su vez vas a tener que mandárselo por correo electrónico a esa tía divina, esa que reenvía todos estos tipos de cadenas. La que es su época mandaba gatitos. Ahora serán sorteos y concursos.{" "} Otro de los puntos que te van a dar doble chances de ganar es comentar que te pareció. Como te sentiste leyendo el texto. Hacer un monográfico de 300 palabras. No. Mejor 500, mencionándome en cada párrafo.{" "} Triple chances para los que se saquen una foto con el texto y la suban 26 veces en Facebook, 32 en Instagram, etc. Al final de todo vas a quedar seleccionado para que te anote de un sorteo que aún no se muy bien qué. Aunque se me ocurre que si este texto llega a las 100 mil lectores y mi perfil de Instagram alcanza los 50 mil seguidores, voy a regalar una postal que voy a hacer con alguna de las fotos que tengo en mi computadora más una frase inspiradora que encuentre por Internet. Y así, entre todos los que siguieron al pie de la letra con cada una de las indicaciones que les dejé más arriba, saldrá el ganador.{" "} Mucha suerte a todos. Nota 1: Los gastos de envíos, diseño e impresión de la postal corren por cuenta del feliz ganador.{" "} Nota 2: En caso de empate se define por Me gustas. Nota 3: No se suspende por lluvias ni refucilos.

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Cristo es la respuesta

Cristo es la respuesta, reza el eslogan de una de esas iglesias de la Nueva Era ubicada en una avenida de mi ciudad. Así, sin más. Con letras corpóreas negras vistosas sobre fondo pastel. Pero esa aparente y simple frase en la fachada, de una vieja casa devenida en templo del Señor, encierra mucho más de lo que dice. Yo pasé corriendo hace un tiempo por la calle, cuando todavía vivía en Argentina y la vi. Se me vino encima. Me atrajo hacia ella por unos segundos. Sin detener el ritmo seguí y a los pocos metros me imaginé la siguiente charla: —Me siento triste porque no consigo trabajo. —No se preocupe, Doña Norma, déjeme el diez por ciento y le doy la solución a todos tus problemas. —¿Cómo dice Pastor? —Quiero decir que en “Cristo es la Respuesta” va a poder encontrar una luz de esperanza al final del túnel sombrío y lúgubre en el que se encuentra su alma. —Ay, pero que bueno que es usted señor pastor. Acá tiene. ¿Me alcanza con esto? —A ver… eeehhh... Si, por ahora le alcanza. Después vemos. —Gracias señor pastor. ¿Y ahora qué tengo que hacer? —Nada. Pase. Siéntese allá. Escúcheme un rato. Cante las canciones que están en ese libro y verá como hallará la solución a todos sus males. —¿Así de simple es esto señor pastor? —Así de simple, doña Norma. Y no se olvide nunca que Cristo es la respuesta. —Ah, mire usted. Pero... entonces si ya tengo la respuesta a todos mis males, ¿para qué me tengo que quedar a escuchar su sermón? ¿Y para qué tendría que seguir viniendo? —... Cristo es la solución, hermanos. La solución a todos los males que nos aquejan. ¿Estás enfermo? Cristo es la respuesta. ¿Estás endeudado? Cristo es la respuesta. ¿Queréis conseguir trabajo? Cristo es la respuesta. Si yo fuera el gerente de marketing de esa iglesia pondría un eslogan más largo. Pondría algo así como: Cristo es la respuesta a cualquier pregunta que nos formulemos. Ese sería el título completo para atraer más fieles y, por ende, recaudar más fondos divinos. Pero el negocio no funciona de esta manera con las masas sino con un grupo reducido de desesperados por encontrarle sentido a su existencia. Si se hace muy popular se corre el riesgo de descubrir el engaño. Son esos pobres infelices, como doña Norma, los que caen en las redes de estas organizaciones de culto religioso. Que se aprovechan de las debilidades mentales de discernimiento de hombres, mujeres y niños desesperados por alcanzar la salvación terrenal. Eso sí, a costa de un diezmo que se deposita antes de entrar al recinto. No vaya a ser cosa que ese Dios no vea el noble y desinteresado gesto y los condene al ostracismo infernal. Series y Películas que recomiendo El Reino Tras el asesinato de su compañero de fórmula, un controvertido predicador evangelista se convierte en candidato a la presidencia argentina. Pero no es tan piadoso como parece. Un thriller político que, probablemente, sea la producción más ambiciosa de Netflix en Argentina hasta el momento, con un reparto encabezado por Diego Peretti, Mercedes Morán, Nancy Dupláa, Joaquín Furriel y Chino Darín. Clero Vinculados por la tragedia y el tiempo, tres sacerdotes católicos imperfectos se lanzan hacia una prueba de fe mientras viven sus vidas más como pecadores que como santos. Una de las mejores películas polacas que vi. Se puede encontrar también en Netflix. Una película que desató muchas controversias porque muestra de primera mano la mafia y el poder que tiene la religión católica en Polonia.  También recomiendo este articulo de Time Out Mexico: [20 películas incómodas para las religiones.](https://www.timeoutmexico.mx/ciudad-de-mexico/cine/20-peliculas-incomodas-para-las-religiones) 

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¿Por qué escribo?

—¿Por qué escribís?—me pregunta la hoja en blanco de mi cuaderno. No supe que contestarle. Nunca me habían hecho esta pregunta y tampoco nunca me había puesto a pensar en una respuesta. Así que me la quedé mirando. Viendo los renglones que poco a poco iban incorporando palabras. Palabras salidas de una lapicera negra que me habían regalado cuando me recibí de Licenciado en Administración en 2009. En ese entonces no escribía. Ni siquiera se me pasaba por la cabeza la idea de ser algún día escritor. Mucho menos me imaginaba que, cinco años después de obtener ese título, iba a estar publicando mi primer libro de cuentos. —¡Pará un poco! —me interrumpió la hoja de mi cuaderno—. Te estás yendo del punto por el que empezaste a escribir este texto. Te hice una simple y sencilla pregunta: ¿Por qué escribís? —No sé qué contestarte —le digo (o le escribo). Porque creo que me gusta. Porque me parece que me hace bien escribir. Me centra. Me mantiene activo. Me estimula. Me hace ser más creativo, o eso creo. —¿¡Qué carajo sé por qué escribo!? — ¡Pará loco! No te enojes. La respuesta que me diste es un principio. Por algo se empieza. Es una punta de donde agarrarnos. Pero todavía falta mucha más reflexión en la respuesta. Te faltan más sentimientos genuinos. Te hace falta profundizar. — Es que me agarraste de sorpresa y además estoy falto de entrenamiento. Dame tiempo para procesarlo. —Está bien. Te doy tiempo para que analices y me respondas a la pregunta: ¿Por qué escribís? Para empezar puedo decir que siempre me gustó escribir, o por lo menos siempre me sentí muy cómodo con una lapicera en la mano y una hoja en blanco para llenar con palabras. Me acuerdo de los parciales de la universidad. ¡Como volaba esa escritura! Eran textos técnicos y muy específicos, eso sí. Poca literatura y poca ficción (…bueno, más o menos), pero me gustaba cuando “soltaba el brazo”. Así lo llamaba yo. Soltar el brazo. Era una sensación de libertad absoluta. Parecía como si mi mano y mi cerebro firmaran un pacto para que en las próximas dos o tres horas, o lo que duraba el examen, ellos se hacían cargo de todo mi ser. Yo los veía trabajar desde lejos. Era un simple espectador que disfrutaba de su labor en equipo. Era muy loco. Ahora que lo recuerdo, me veo sentado en un pupitre incomodísimo de la universidad, escribiendo en una hoja rayada de cuaderno grande. Mejor dicho, o mejor escrito, veo como mi cerebro le va ordenando a mi brazo y éste, a su vez, le transmite a mi mano lo que tiene que escribir. Que bello recuerdo. —¡Ahí está! Escribo para recordar. Escribo para tener sentimientos. —Eso me gusta más… Sí. Escribo para que los recuerdos se materialicen en sentimientos y no queden en el olvido. —¿Ves que cuando querés podés? Qué lindo que es escribir y que los sentimientos que creí perdido aparezcan, como un viejo amigo que no ves desde la primaria y un día te lo encontrás en un café y te ponés a charlar por horas. —Perfecto. Me gusta. Sí. Sí. Me gusta. Ahora quiero saber más sobre esto. ¿Por qué escribís? Después de la universidad no volví a sentarme (Iba escribir: “sentirme”. Acto fallido). Decía que no volví a sentarme a escribir. Tuve mi periodo de editor en un periódico en Chivilcoy, pero sólo fue una etapa de copiar-pegar-corregir-adaptar textos y en algunos poquísimos casos, escribir. Pero no lo tomo como una etapa de escritor. No me desarrolló como tal. Aunque creo que me dio un puntapié para comenzar otra etapa. Además no escribía en un cuaderno, sino que lo hacía directo en la computadora y me parece que me gusta más escribir en cuadernos. A la vieja escuela. Y soy medio pretencioso, porque necesito que sean cuadernos de tapa dura o semidura. En cambio escribir directo en una computadora me resulta impersonal. —¡Eso! Escribo para personificarme. Escribo para estar en el presente. Si bien viajo al pasado de mis recuerdos para buscar material y al mundo de mis fantasías, cuando escribo, cuando la tinta va completando la hoja, estoy ahí. Estoy en el presente. Soy un espectador porque sigo con esa manía de mirar como mi cerebro ordena y mi brazo ejecuta, pero ahora estoy con ellos. Vivo en el mismo momento. Disfruto con ellos. Me canso con ellos. —Ahí está. Te podría decir que escribo para vivir en el presente. —Bien. Otro buen punto. Ya tenemos varias aristas, pero falta. No me conformo solo con eso. Sé que hay más ahí adentro. Deja que en ese equipo de cerebro-brazo-mano y vos entre un nuevo integrante: el corazón. Y que entre todos me respondan: ¿por qué escriben? —Ok. Vamos a tratar de seguir por ahí. Luego vino mi etapa de viajero por el mundo. La apertura de un par de blogs y fue allí cuando empecé a disfrutar de la escritura. En ese entonces escribía para que me lean personas de diferentes partes, culturas. No sólo escribía para que me lean mis amigos, como solía pensar al principio. Quería ser reconocido como escritor y decidí entrar en este mundo a través del universo blogeril, si me permitís el término. —Te lo permito. Hasta que llegó un momento crucial en mi corta vida como escritor; cuando decidí escribir un libro. Al principio iba a ser una novela. Recuerdo que estando de vacaciones en Fiji se me pasó por la cabeza empezar a escribir una. Tenía una idea que andaba dándome vueltas desde hacía un tiempo. Hasta recuerdo el primer capítulo que escribí de mi supuesta novela. Pero después cambié de parecer y me volqué por los cuentos. Quizás por pereza. Quizás porque no tenía la disciplina para encarar una historia larga. Era mucho esfuerzo, por lo que decidí escribir cuentos cortos. Era lo más fácil y me salían de una sentada. Así que podía ver el producto de mi creación terminado el mismo día y eso era una caricia a mi armonía. Ahí escribía porque me sentía cómodo. Me gustaba terminar un cuento y, así como estaba, sin edición ni correcciones de ningún tipo, enseñárselo a mi ex novia. Podía afirmar que había hecho arte y tenía como demostrarlo al instante. Fue una buena época. Estaba muy inspirado y concentrado. Salían cuentos como si de una fábrica se tratara. No me puedo dar cuenta por qué más escribo. Quizás por arte. Por reconocimiento. Para demostrar algo. ¿Qué se yo? No sé. Escribo porque me gusta y por todo lo que dije antes. —No te podés quejar. Deben ir más de mil palabras y todavía sigo aquí. La lapicera continúa deslizándose por tus hojas. Así que voy terminando. Escribir me hace muy bien y voy a seguir haciéndolo hasta que me muera. Voy a seguir llenando cuadernos con palabras porque es lo que me gusta hacer. ¿Será mi destino?, ¿será mi vocación?, ¿se transformará en mi profesión? No lo sé y no me importa responder a esas preguntas ahora. Cuando estoy cómodo no me gusta ponerme a filosofar porque me genera un esfuerzo inútil que me quita del eje. —Espero que te hayan gustado éstas líneas. Desconecto a mi cerebro y le doy descanso a mi mano. De a poco iré incluyendo al corazón en mis textos. Me despido parafraseando a Kobe Bryan cuando se retiró: “What can I say? Pila out“. —Muy bien. Descanse soldado.  

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El japonés más bostero del mundo

En Japón lo extraño es uno, por más extraño que parezca. Los trenes viajan repletos de gente que lo hace en silencio y estresada. Sólo posan la vista en libros o en las pantallas de celulares estrambóticos. Los adultos miran dibujitos animados que lo llaman Animé o leen historietas que la llaman Manga. Está prohibido hablar por teléfono mientras se está en el vagón. Es una falta de educación y consideración para con el prójimo. Y si bien, no son católicos, parece que todos respetan esta norma. Los transporte públicos siempre, pero siempre, llegan puntuales a su destino a cualquier hora del día. Los retrasos y la vergüenza son dos monedas con una misma cara, al igual que la paciencia y la cordialidad. Todos son amables. Todos los japoneses y cada uno de ellos saben reverenciar en cualquier idioma. Es su forma de decirte hola, chau, gracias, perdón, y de mostrarte su respeto. Por esto cuesta imaginar que no hace mucho tiempo fueron feroces guerreros samuráis e implacables soldados en las guerras contra China y Corea. Ese tiempo pasó, creo pensar. Me autoimpongo esa creencia. Pero la fanática obediencia al sistema y su cultura milenaria me hacen dudar de esto. ¿Serían capaces de masacrar otra vez Manchuria? La generación actual, ¿estaría dispuesta a sacrificarse al estilo hollywoodense en un Pearl Harbour otra vez si se lo pidieran sus líderes? No lo sabemos. O, ¿serían capaces de clavarse una daga en el pecho por deshonor?, tampoco lo sabemos. Dentro de esta cultura metódica y multitudinaria conocí a Isamu Kato, el japonés más bostero del mundo. No le dio vergüenza abrirse paso entre las miles de personas que estaban en el famoso cruce de Shibuya para acercarse a mí. —¡Bostero soy y Boca es la alegría de mi corazón! —. Cantaba en el silencio de la media mañana de Tokyo, ante la atenta mirada de todos, en el lugar más concurrido de la ciudad y quizás del mundo. Yo vestía una campera deportiva de la Selección Argentina de fútbol. Era el único abrigo que llevaba en mi equipaje y con lo único que contaba para paliar el intenso frío del invierno japonés. Quizás fue esa campera, o mis rasgos occidentales, o mi caminar argentino o mis casi dos metros de altura los que me delataron en el medio de ese enjambre humano. Yo estaba empezando un viaje que se iba a extender por gran parte de los países asiáticos, y Japón inauguraba este recorrido. Y Tokyo era la primera ciudad que estaba visitando en el país. E Isamu era el primer contacto genuino con la cultura nipona. Aunque yo no paraba de preguntarme (y lo sigo haciendo) si estaba ante la presencia de un japonés tradicional. Mis posibles respuestas eran (y son) contradictorias. Estas dudas se presentaban porque Isamu estaba vestido de pies a cabeza con los colores del Club Boca Juniors. A saber: gorrito piluso con flecos de lana azul y amarillo; campera y pantalón de entrenamiento del club de la ribera: remera azul Nike con la pipa amarilla; mochila de la cual sacó una réplica en miniatura del tamaño de un toallón de la famosa bandera que, domingo tras domingo, La 12, la barrabrava, despliega en la Bombonera con la leyenda que reza : “Podrán imitarnos pero igualarnos jamás”. Pero lo que más llamó mi atención fue su extroversión Argentina. Era un japonés convertido al argentinismo. El “che”, el “boludo” eran palabras que conectaba en su casi perfecto idioma Castellano. —¡Argentina Argentina! —gritaba Isamu mientras me saludaba con un beso en la mejilla y me daba un afectuoso abrazo, ante la estupefacta mirada de una pareja de chicos japoneses que usaban barbijo contra el contagio de enfermedades, la polución y los extranjeros. A todo esto, Isamu ya había ganado la estatua de Hachiko, el famoso perro que esperaba todos los días en la estación del tren de Shibuya a su mejor amigo humano mientras éste iba a trabajar. La estatua lucía en su cabeza el gorrito que antes estaba usando nuestro nuevo amigo e Isamu pedía a los gritos “¡foto, foto!”. Quería retratar ese momento, mientras me llamaba cariñosamente “gallina” como si fuéramos dos amigos que se conocían de toda una vida. Yo tomé la foto y fui yo quien guardo en el teléfono su contacto de Facebook. Pero fue Isamu Kato, el japonés más bostero del mundo, al que vi perderse entre la masa de gente de la misma forma que llegó: agitando su brazo, y cantando canciones de la hinchada Argentina de Boca Juniors. —¡Las gallinas son así, son las amargas del mundo entero…! Su canal en YouTube

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