08/04/2022
Hay dioses para tirar para arriba, escribió Martín Caparrós
en una de sus columnas en el Diario El País de España, y la oración —en el sentido gramatical de la palabra— me quedó resonando
en los oídos de mi alma no creyente. Así, sin más, me fui a buscar enGoogle —el Dios de Internet— y descubrí una cifra que me dejó absorto. Sabía
que había muchos Dioses dando vueltas por el universo, y que algunos hasta se habían
ido jubilando como
Zeus, Poseidón o la mismísima Pachamama, pero lo que no me imaginaba era la existencia de
una enorme cantidad de deidades.
Por poner un ejemplo al azar, sólo en la India se cuentan más
de 300 millones de estos seres omnipotentes. Casi todos sus fieles son
politeístas, es decir, que creen en más de un Dios y entre ellos son todos
amiguitos. Pero ojo que también, el segundo país más habitado del mundo, supo
inventar una de las religiones monoteístas más influyentes y cool de los
últimos años: el Budismo. Démosle algo de crédito. Ya sé que
pueden saltar los ortodoxos de siempre y argumentar en contra del Budismo que es una de las religiones flojitas, de las light,
de las que están de moda, de las que es fácil entrar y salir sin ninguna
consecuencia, ni terrenal ni mística. Pero, bueno, que se le va a hacer. Creer
o reventar.
Me parece, tengo la sospecha, de que cuando el ser humano no supo contestarse
ciertas preguntas existenciales se creaba una de estas religiones para darle
sentido a sus vidas. Así fueron naciendo la mayoría de las que hoy en día
siguen en vigencia, como la Iglesia Maradoniana, Los Adoradores de Rambo o los que nadie les abre la puerta
cuando tocan el timbre.
Por siglos, la mayoría de estás religiones, de las llamadas importantes en
occidente, estuvieron marcadas por sentimientos, de los llamados malos en
occidente. Miedo, culpa, deseo, lujuria, venganza. Fueron evolucionando, eso
sí, no les quedaba otra. Pero, en ese camino al postmodernismo, se olvidaron
de lo más significante para seguir con vida: se olvidaron de la gente que los
seguía. Y si bien, tuvieron sus periodos evolutivos, estos no fueron lo
suficientemente abarcativos a todos y cada uno de sus adeptos. Es que tampoco
ayudaron las miradas retrogradas de sus representantes en la tierra de las Big 3, ni los curas pedófilos, ni los hombre-bombas
musulmanes, ni la crueldad de los judíos contra los palestinos.
Gente grande haciendo cagada, como siempre, y encima metiendo a un Dios de por
medio. Cuando se dé cuenta este Dios, si es que alguna vez se entera, de las
cosas que están haciendo sus feligreses en la Tierra, van a ver qué castigo
les tira. Otra que el diluvio, los latigazos o el exterminio de los cananeos.
Ya van a ver.
Con la caída del Catolicismo en la bolsa de valores, con el
pésimo marketing que se ganó el Musulmán por culpa de sus
fundamentalistas, y con la falta de concordancia, de ideas y de la
esquizofrenia del Judaísmo, el mundo se va quedando sin
fieles. Al menos por estas partes del planeta. Entonces, ¿qué hacemos con
todos estos Dioses que pierden a sus empleados? ¿Cómo calmamos sus iras si las
personas empiezan a renunciar a sus miedos? ¿Si ya no le temen a sus
venganzas?
Al final, como será de esperar, la gente se irá distanciando de estos cultos y
nos acercaremos de a poco, a paso firme, a un mundo donde las religiones
pasaran a ser leyendas populares, como lo fue el cuco, como lo fue el
Peronismo, como lo será el infierno. Cabe preguntarse si estaremos preparados
para vivir sin la protección de estos más de 300 millones de dioses. Solo el
tiempo lo dirá. Yo por las dudas no me asocio a ninguna, no vaya a ser cosa
que alguno de los otros 299 millones se me enoje, me castigue y me condene al
ostracismo eterno.
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